Estás sentado en mitad de un espléndido y exuberante jardín. Este
jardín está lleno de las flores más espectaculares que has visto nunca.
El entorno es extraordinariamente tranquilo y callado. Saborea los sen-
suales placeres de este jardín y piensa que tienes todo el tiempo del
mundo para disfrutar de este oasis. Al mirar alrededor ves que en mitad
del jardín mágico hay un imponente faro rojo de seis pisos de alto. De
repente, el silencio del jardín se ve interrumpido por un chirrido fuerte
cuando la puerta del faro se abre. Aparece entonces un luchador de
sumo japonés –mide casi tres metros y pesa cuatrocientos kilos–, que
avanza indiferente hacia el centro del jardín.
¡El luchador de sumo está desnudo! Bueno, en realidad no del todo.
Un cable de alambre color de rosa cubre sus partes.
Cuando el luchador de sumo empieza a moverse por el jardín, encuen-
tra un reluciente cronógrafo de oro que alguien olvidó muchos años
atrás. Resbala y al momento cae con un golpe sordo. El luchador de
sumo queda inconsciente en el suelo, inmóvil. Cuando ya parece que ha
exhalado su último aliento el luchador despierta, quién sabe si movido
por la fragancia de unas rosas amarillas que florecen cerca de allí. Con
nuevas energías, el luchador se pone rápidamente en pie y mira intui-
tivamente hacia su izquierda. Lo que ve le sorprende mucho.
A través de las matas que hay al borde mismo del jardín observa un
largo y serpenteante camino cubierto por millones de hermosos dia-
mantes. Algo parece impulsar al luchador a tomar esa senda y, dicho
sea en su honor, así lo hace. Ese camino le lleva por la senda de la ale-
gría perdurable y la felicidad eterna.